domingo, 23 de mayo de 2010

¿Deporte de hombres?


Sí, me gusta el fútbol. Pertenezco a esa mayoría de españolitos de a pié que le encanta ese espectáculo, que no deporte. Aunque dentro de lo que viene a llamarse círculo de amistades soy una minoría automaltratada. No se me impide ver los partidos pero se me consulta con condescendencia como si de un apestado o drogadicto se tratara ¿También hoy hacen fútbol?, o ¿Qué partido te hacen hoy?.

Sí, he de reconocer que soy un bicho raro que no protesta cuando se eternizan las conversaciones sobre caza, coches y demás temas de “hombres”, por no hablar de la “política de campanario” o de la metedura de pata del concejal de turno (Tema éste inagotable por sus múltiples variantes). Y ahí es donde me duele. Siempre se ha dicho que el fútbol es un deporte de hombres. Y lo que siempre habían sido dudas ahora con horror y tristeza  se trocan en certezas.

¿Quién dice que el fútbol es un deporte de hombres. Un deporte dónde se exteriorizan las mil y una virtudes de la masculina raza humana. El otro día me aventuré a presenciar por televisión la final de la Copa de Rey. Hace ya tiempo que, salvo en ocasiones muy puntuales, es difícil ver un buen partido, porque la mayoría de las veces lo único que se ve es una caterva de mojigatos disfrazados de malísimos actores. Comedia de la peor clase es lo que hacen los supuestos jugadores cuando sienten, ya no un roce si no el aire que hace un contrario al acercarse.
Un amigo hace años me decía que en su país no se veía tamaño espectáculo de poca seriedad deportiva. Siempre me ha parecido que la honesta conducta de los habitantes del país de mi amigo sólo existe en las mentes olvidadizas y melancólicas que añoran mundos cuya única misión radica en un intento de materialización de disconformidad con el presente que ha tocado vivir. Después de haber visto partidos con equipos y selección del susodicho país me atrevo a asegurar que la vergüenza de algunos comportamientos está tan extendida como la ceniza del volcán islandés de nombre impronunciable.

Pero todavía hay algo peor. Ese chivateo nenaza de los pseudojugadores pidiendo una tarjeta para el contrario que ha osado acercarse a sus asegurados tobillos. Como he dicho antes, me gusta el fútbol, pero no hasta el punto de conocer todos y cada uno de los entresijos de su normativa. Sin embargo creo recordar, no sé si esta vigente, una regla que autorizaba a los árbitros a mostrar tarjeta amarilla a los acusicas que la solicitaban para un contrario.

Es una vergüenza, amparada por los comentaristas que se rasgan las vestiduras horrorizados ante tan escandalosas simulaciones, que en vez de ver una confrontación deportiva, simplemente somos espectadores de una continua sucesión  de contorsiones y caras desencajadas de dolores que desaparecen milagrosamente en cuanto se ha penalizado al supuesto provocador.

A pesar de todo, hay jugadas que disculpan todo lo demás, como la pepita de oro en una tonelada de barro, una perdiz o menos por temporada, o el sonido de F1 al pasar a toda velocidad por nuestra posición. Pero…, eso sí, si no eres minoría, ya que en caso contrario no pasas de ser  un bicho raro.

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